jueves, 25 de enero de 2018

A 31 años de la muerte de Nahuel Moreno

Nuestra organización, LCT, está formada por miembros que en su mayoría vienen del morenismo (viejo MAS, MST). Sin embargo nuestro grupo no se reivindica de esa corriente, habiendo roto teórico-programáticamente aquellos miembros que pertenecieron a la misma.

Pero en aras de romper con un método sano, marxista, esa ruptura no busca despotricar contra el morenismo, viendo solamente sus aspectos negativos y magnificándolos. Sino que, por el contrario, buscamos dar una respuesta al legado de Nahuel Moreno, y así profundizar el debate sobre el mismo y sacar conclusiones que permitan superar teórica y políticamente a esa corriente.

Por ello compartimos este texto, escrito a fines del año pasado (y que aparecerá en nuestro próximo número de "Aportes teórico-programáticos de la LCT") con la intención de dar esa respuesta o que, por lo menos, se acerque a la misma. 
 
Cinco cuestiones sobre Nahuel Moreno y el morenismo

Introducción:

Este año se cumplieron 30 años del fallecimiento de Nahuel Moreno, importante dirigente de la IV Internacional y del trotskismo latinoamericano y mundial de la Segunda post-Guerra. Prueba de su importancia es que, a tres décadas de su muerte, y a pesar del estallido de su corriente en los años 90, sigue siendo el morenismo (o sea, las variadas tendencias: LIT-CI, UIT-CI, SECA o la Corriente del MST- que se referencian con Moreno), las más importantes de Latinoamérica. E, incluso, le siguen en tamaño e importancia las corrientes que provienen del morenismo como la Fracción Trotskista Estrategia Internacional del PTS, Socialismo o Barbarie del Nuevo MAS o la FLTI orientado por la LOI-DO, y otros grupos. Muy detrás vienen los otros exponentes latinoamericanos, como el lorismo o el altamirismo, y las corrientes surgidas en Europa o Estados Unidos.

Sin embargo, a 30 años del fallecimiento de Moreno, todos sus seguidores hablan del legado de éste, pero nadie de la (o las) corriente(s) morenista(s) ha logrado precisar claramente en qué consiste dicho legado.

Este ensayo, en cinco ejes, analiza las fortalezas del trotskismo de Moreno y sus debilidades -y más aún; las debilidades del morenismo en todas sus variantes-, apuntando a su superación dialéctica.

1) Nuestro grupo, la Liga Comunista de los Trabajadores, proviene de la corriente morenista, y nos reivindicamos comunistas, socialistas revolucionarios, marxistas principistas, leninistas-trotskistas o sencillamente trotskistas, pero no morenistas. Lo bueno de Nahuel Moreno es que se plantó contra Michel Pablo, dirigente de la IV Internacional (y Posadas en Latinoamérica) que le capitulaba al stalinismo y al nacionalismo burgués en el mundo colonial y semi-colonial; y que batalló contra Ernest Mandel, en el SU, después, que le capitulaba a la ultraizquierda en los años´60 y´70, y a todas las direcciones pequeño-burguesas que dirigían procesos revolucionarios -también, dentro del SU, contra la adaptación al stalinismo tercermundista del SWP norteamericano realizada por Hansen/Barnes-, y, por último, a finales de los años´70 y principios de los´80, contra Pierre Lambert y su adaptación a la socialdemocracia. Críticas y batallas políticas -no sin errores y rectificaciones- que compartimos en sus grandes e importantes trazos. Pero la fortaleza de esas batallas políticas está en que Moreno las dió desde el legado teórico-programático de Lenin y Trotsky, y no en que haya aportado algo nuevo o superior a lo que ya dijeron estos maestros. Por eso, porque no ha realizado un aporte cualitativo, no es correcto considerarse morenista (aunque haya sido una de las corrientes trotskistas más principistas de la Segunda post-Guerra). También reivindicamos el carácter obrero e internacionalista del trotskismo que impulsó Moreno, o sea, el objetivo estratégico de construirnos en la clase obrera y en sus luchas, y la construcción del partido en el marco de la Internacional, cuestiones centrales ya planteadas por Trotsky. Esa diferenciación de ismos, de diferentes corrientes trotskistas, sin que se encuentren aportes cualitativos, no hace más que abrir más la brecha entre los marxistas principistas o trotskistas-leninistas; y desde ya no es esa nuestra intención, porque ya hay diferencias reales con muchos, sobre muchos temas, como para agregar una más, que en nada ayuda a la construcción nacional e internacional del partido de la revolución proletaria y socialista.

2) Pero hay algo más en relación a Moreno. No compartimos la revisión de la Teoría de la Revolución Permanente de principios de los ´80. Ciertamente que hubo, y que puede haber, revoluciones que destruyen o desarticulan el aparato represivo del Estado burgués, que no tienen a la clase obrera al frente, y que pueden producir cambios importantes o radicales en el régimen de dominación burguesa. Revoluciones que cuando se produjeron ya no eran las viejas revoluciones burguesas anti-feudales, porque éstos ya eran países capitalistas; tal es el caso de Portugal en 1974, Nicaragua en 1979, Irán en 1979 o Haití en 1986. Pero estos procesos en nada cambian la teoría programa de la revolución permanente de Trotsky, ella sigue siendo correcta y no ha surgido ningún fenómeno nuevo, ni puede surgir, que haga que haya que luchar primero por una revolución democrática para después luchar por una revolución proletaria y socialista.

A modo de ejemplo. En un país donde hay una dictadura tienen, lógicamente, más peso las consignas democráticas, pero, al decir de Trotsky, hay que plantearlas sin que ellas se transformen en un dogal -el nudo de la horca- al cuello de la revolución proletaria. Por ejemplo, la Asamblea Constituyente; esa consigna burguesa, que es la consigna democrática más importante, sólo tiene sentido en países que todavía no están formados como Estado (y actualmente son muy pocas las situaciones), o en procesos de ascensos revolucionarios dónde la burguesía intente meter el ascenso de masas por las urnas, eligiendo gobierno "democráticamente", para poder así desviarlo. Entonces el planteo de Asamblea Constituyente apunta a no elegir cargos sino a discutir todo. Y ese planteo debe ir de la mano de seguir desarrollando los organismos de clase y de poder -y el armamento del proletariado- para imponerla (o para tomar el poder directamente si la situación lo permite). Propagandizando, durante ese período de agitación de la Asamblea Constituyente, los temas estructurales más importantes para el país (ruptura con los pactos que nos atan al imperialismo -si es semi-colonial-, la expropiación de la tierra; el problema de las nacionalidades oprimidas si lo hubiera, la expropiación de los sectores estratégicos de la industria, la reducción de la jornada laboral, etc., etc.). Y, si no dan las relaciones de fuerza para imponerla, el partido tiene que retroceder, pero estará en mejores condiciones para encarar una campaña electoral porque ya habrá propagandizado sus objetivos y consignas políticas. Otra cosa totalmente distinta es hacer lo que los oportunistas adaptados al régimen hacen, frente a todo ascenso de masas, cuando plantean la Asamblea Constituyente para llevar a las urnas dicho ascenso, como realizó el PO, el PTS, y también grupos como Convergencia Socialista o la LOI-Democracia Obrera, este último no en todo el proceso, pero sí a finales del 2001 (y el N.MAS también la ha planteado de esa forma en diferentes procesos latinoamericanos). No levantan la Asamblea Constituyente para enfrentar al régimen, sino para encontrar una salida política dentro del régimen democrático burgués. Estos son algunos de los elementos a extraer de las lecciones del 2001/03 en Argentina.

Por otra parte, por la ubicación histórica y geográfica en la que militó Moreno, en Argentina y en Latinoamérica, en la Segunda post-Guerra, donde los períodos democráticos eran rara avis, él y su corriente no desarrollaron anti-cuerpos teóricos, y político-prácticos, para enfrentar, o abordar sin capitular, a la democracia burguesa. De allí que el MAS argentino, armado con las concepciones que dejó Moreno en ese plano se desvió en una terrible adaptación al régimen democrático burgués, vía el electoralismo, a mediados y finales de los ´80, incluso mucho antes de la reunificación alemana y el descalabro de la URSS. Situación que no es privativa de los morenistas, porque la adaptación al régimen -que da como resultado políticas y campañas electorales cuasi socialdemócratas, donde los problemas más acuciantes se pueden resolver en el marco del sistema capitalista-, se sigue viendo en los partidos que componen los frentes electorales permanentes, como el Frente de Izquierda y de los Trabajadores del PO-PTS-IS e Izquierda al Frente por el Socialismo del MST-N.MAS. Frentes electorales en los que la mayoría de estos partidos, y la mayoría de sus miembros, no son morenistas. 

3) Los procesos que llevaron a la restauración capitalista en Europa del Este y la URSS no se los puede considerar revolucionarios por el sólo hecho del ingreso, y sólo en algunos pocos de esos Estados Obreros Burocratizados, de las masas en escena. Más bien fueron los últimos coletazos de la contrarrevolución stalinista. Porque dicho ascenso de masas se dió -a raíz de la crisis mundial, y cuando la burocracia pasa a planificar conscientemente la restauración capitalista (Perestroika)-, en un marco mundial cuando se había agotado, y derrotado, el ascenso revolucionario en el mundo semi-colonial de los 70 y principios de los 80 (Camboya y Laos en el sudeste asiático, Nicaragua y El Salvador en Centroamérica), la propia derrota del proceso abierto en Polonia en 1980/81, y a mediados de la misma década la derrota de los mineros ingleses y la derrota de los aero-navegantes en Norteamérica. Eso es lo que explica que no haya surgido una vanguardia trotskistizante -como decía y creía Moreno que iba a ocurrir- en esos procesos con la cual empalmar para construir el partido revolucionario, corrientes de izquierda que sí habían surgido en procesos anteriores cuando la realidad e intensidad de la lucha de clases mundial era otra.

Esa es una diferencia importante que tenemos con todo el morenismo y las corrientes surgidas de allí, como la FT del PTS y sus rupturas, o Socialismo o Barbarie del Nuevo MAS -que modificó el carácter de clase de la URSS y otros Estados congéneres, en 1994, para continuar justificando la política que tuvo cinco años antes-, corrientes que también consideraron revolucionarios esos procesos de 1989/92. Y de hecho con casi todo el trotskismo mundial -incluido Guillermo Lora, Jorge Altamira, Ted Grand, el Worker`s Power y sus rupturas, o el lambertismo, etc., incluso Tony Cliff que en su anti-defensismo orientaba en el mismo sentido- que con mayor o menor intensidad, prefiguraron que la revolución política se podía llevar adelante en dos tiempos; en el primero, todo contra la burocracia stalinista; y en el segundo, el partido trotskista/bolchevique -que no existe en el primer acto- tomaría el poder. Esto era pensado así (salvo por Mandel o Gerry Healy que oficiaban de consejeros de Gorbachov/Yeltsin el primero, y de Gorbachov en segundo, o la corriente espartaquista que directamente apoyaba al ala dura de la burocracia stalinista, igualmente restauracionista), en particular, la corriente morenista de finales de los ´80, que creyó que el voluntarismo y la exageración reemplazaban el análisis serio de la lucha de clases, tomando a ésta y al mundo como una totalidad en dinámica.

De allí que la revolución democrática y el análisis objetivista mecanicista de la realidad (nacional y mundial) y la muerte de Moreno, se combinaron abruptamente, y a finales de los ’80 y principios de los `90, llevando al estallido de la corriente morenista. Estallido que todavía continúa. Obviamente, Moreno no tiene la culpa sobre cómo sus seguidores respondieron a estos procesos, dos o tres años tras su fallecimiento, pero sí tiene responsabilidad política por cómo, bajo qué preceptos y concepciones de sus últimos años, dejó armada a la corriente.

4) Reivindicamos los sanos métodos de Moreno para la construcción del partido revolucionario, donde no se expulsaba por diferencias políticas y se defendía la moral proletaria y partidaria. Pero, como se ha visto en las innumerables rupturas de la corriente morenista, eso no alcanza. Sin embargo, en un artículo titulado Cuatro consejos de Lenin, de 1986, criticando al PC por la falta de libertad de crítica interna, Moreno recopila citas de Lenin, y allí se infiere que la crítica que realiza no sólo es para el centralismo burocrático, sino que puede ser extensible a todo partido centralista democrático, o sea, a los partidos revolucionarios -leninistas-trotskistas- que se construyeron bajo la presión del stalinismo en la Segunda post-Guerra.

Plantea Lenin: “El anatemizar o expulsar del partido no sólo a los antiguos economicistas, sino también a los grupitos de socialdemócratas que padecen de una ‘cierta inconsecuencia’, sería de todo punto absurdo… pero nosotros vamos todavía más allá: cuando tengamos un programa y una organización de partido, no sólo deberemos abrir las páginas del órgano del partido a un intercambio de opiniones, sino exponer sistemáticamente nuestras discrepancias, por poco importantes que ellas sean, a aquellos grupos o grupitos, como el autor los llama, que defienden hasta caer en la inconsecuencia ciertos dogmas del revisionismo y que, por unas y otras causas, insistan en su particularismo e individualidad de grupos. “Precisamente para no caer en las actitudes tajantes… con respecto al ‘individualismo anarquista’, hay que hacer, a nuestro juicio, todo lo posible -hasta llegar incluso a ciertas concesiones que nos aparten del hermoso dogma del centralismo democrático y del sometimiento incondicional a la disciplina- para dejar a estos grupitos en libertad de expresarse, para dar a todo el partido la posibilidad de medir la profundidad o la poca importancia de las discrepancias, para poder determinar, concretamente, dónde y en qué aspectos definidos se manifiesta la inconsecuencia” (V.I. Lenin: Obras Completas, ob. cit., tomo VII. pp. 110 - 111). Y trece años más tarde, en 1916, en su artículo “Tareas de los Zimmerwaldistas de izquierda en el Partido Socialdemócrata Suizo”, Lenin aconsejaba: “Es justamente para que la lucha inevitable y necesaria de tendencias no degenere en rivalidad de ‘favoritos’, en conflictos personales, en mutuas sospechas y pequeños escándalos que todos los miembros del Partido Socialdemócrata están obligados a promover una lucha abierta sobre el terreno de los principios de las diversas tendencias de la política socialdemócrata”. (V.I. Lenin: Obras Completas, ob. cit., tomo XXIII, p. 145.)

Pero Moreno, y el morenismo, armado de una caracterización equivocada de la realidad mundial, y con el afán de aprovechar las grandes oportunidades que brindaba la lucha, no abordó la cuestión del partido de combate, centralista democrático, genuinamente leninista. Se entrevió el problema, pero no se avanzó sobre él. No estamos hablando de hacer de la necesidad virtud, porque, para nuestros objetivos, por el tipo de enemigo que enfrentamos, cuanto más cohesionado esté el partido mucho mejor. Pero sí, hablamos de no ver la necesidad de crear los mecanismos constitutivos -formativos y orgánicos- del partido para las fracciones públicas, y no meros acuerdos ad hoc para salir del paso, como son las experiencias separadas que algunos practicaron, pero que, en realidad, más que experiencias separadas fueron rupturas ordenadas.

La corriente morenista pagó por eso, de hecho, todo el trotskismo de la Segunda post-Guerra -desde los más revisionistas hasta los que, desde la ‘izquierda’, hacen cretinismo anti-morenista, haciendo lo mismo o peores cosas aún-, y casi tres décadas después del derrumbe stalinista, lo siguen pagando con escisiones absurdas por injustificadas, exclusiones y/o expulsiones burocráticas. Para poner los ejemplos muy cercanos; la media docena de rupturas del altamirista PO, y otras tantas del albamontista PTS, del MST y de IS, del PSTU argentino y Convergencia Socialista, o la partición en casi dos mitades del PSTU de Brasil; y estos ejemplos son sólo por hablar de la última década. La realidad hartamente lo atestigua; el tipo de régimen partidario que se construye no canaliza las diferencias, y no sirve para las duras y francas discusiones (lucha de tendencias/lucha de fracciones) de las que habla Lenin.

5) Y, más en lo práctico y general, compartimos con Moreno el rechazo a los sectarios que se niegan a intervenir en los procesos progresivos, porque dichos procesos no son químicamente puros como quisieran. Y también rechazamos a los oportunistas que confunden dichos procesos con sus direcciones, capitulándoles a estos últimos de diferentes formas -o a los prejuicios democráticos y a las presiones sociales de las clases medias o pequeña burguesía-, y en función de eso revisan la teoría. También, aunque no todas las conclusiones o concepciones consideramos correctas, reivindicamos el permanente rearme teórico-programático que realizaba (reconociendo los errores, y eso es muy importante) en las escuelas de cuadros; no tomando la teoría como un dogma sino como una guía para la acción. Y muy lejos de avergonzarnos de provenir de la corriente morenista (algo que ningún trotskista debe hacer, provenga de dónde provenga), nos parece de fundamental importancia tener una base sólida desde dónde realizar críticas, y extraer lecciones de forma dialéctica, negando y conservando, para llevar adelante el rearme teórico-programático, porque, al decir de Hegel; todo avance parte de la negación. Rearme teórico más que necesario para un corpus teórico-programático como el del morenismo, ajustado a la situación de la Segunda post-Guerra, que tras la restauración capitalista en la URSS y Europa del Este poco tiene que ver con nuestra realidad mundial. En este marco no está de más recordar la vieja sentencia de Lenin: sin teoría revolucionaria no hay política revolucionaria.

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